_un territorio lejanísimo

Te tardas 12 minutos en leer esto

La suerte es que la sala de su mamá tiene vigas en el techo. Entonces, la cuerda sube, él también (pero a un banco), pasa el nudo por su nuca y lo aprieta desde atrás. Jorge tararea una canción que acaba de inventar. Alza el pie, tiembla. Un pequeño salto y ya. Se acaba el divorcio, el desprecio de sus hijas y de su ex y el litigio por la liquidación. Se acaba tener que vivir otra vez con su mamá en la casa de la colonia Unión. Solo un salto. Nunca hubiera imaginado que antes de suicidarse se sintiera tanta tranquilidad.

Alguien toca el timbre.

Son las ocho de la mañana de un viernes. Su mamá todavía no despierta. De nuevo, el timbre. Tiene que abrir; si no, su mamá va a ver la cuerda y el banco. Y tomar valor para esta vez le tomó meses. Va hacia la puerta. Al fin y al cabo, retrasar el suicidio unos minutos no es problema.

Abre y ante él está una mujer que apenas reconoce, como si fuera una copia no muy fiel de alguien que viera todos los días. Jorge entrecierra los ojos.

—¿Pichi? ¡No mames! —dice, con una sonrisa.

—Aurelia, Jorgito, acuérdate —le responde.

Se abrazan. Son tal vez veinte años que no se ven. La preparatoria es un territorio lejanísimo.

—Perdón —dice Jorge, emocionado, fuera de balance—. Es que ha pasado un chingo de tiempo. ¿Cómo supiste que acá andaba?

—No sabía. Toqué para ver si estaba tu mamá. Creí que igual y todavía vivía aquí. Y pos sorpresa. ¿Cómo estás?

Jorge piensa que no estaría mal decirle la verdad: que terrible. Que una cuerda y una viga lo esperan. Decide mentir.

—Bien. Tranquilo. Normal, pues. De suerte me encontraste. Ahora vivo en el sur. Pásate y nos tomamos un café. ¿Ya desayunaste?

Lo dice e inmediatamente piensa en la escena de la sala. ¿Cómo explicarle? Por suerte, Aurelia lo salva.

—Aguanta. Ven.

Aurelia lo toma del brazo y lo lleva a media cuadra de la casa. Ahí está una Gremlin del 81, recién pintada, con los tapones originales y una bonita placa que dice “auto clásico”. Es igualita a la que Pichi le robó a su mamá para irse de pinta a la Marquesa aquella vez en la prepa. Es el mismo modelo, el mismo color, los mismos vidrios polarizados. Pero eso no es tan sorprendente como que afuera de ella estén el Figuras, el Flash, Martín Rica, Eleonora y Maritza. Todos más calvos, más arrugados, con los senos más colgados y vestidos como los señores que son. En serio que la prepa es un territorio lejanísimo.

Martín Rica lo toma por la nuca y le besa la frente, Maritza se le cuelga al brazo, el Flash tiene los ojos a punto del llanto y el Figuras y Eleonora lo toman por el hombro.

—¡Qué pedo! ¿Y ustedes qué? —dice Jorge mientras saluda a todos una y otra vez.

—Veinte años, pinche Jorgito y todavía con cara de pendejo —dice Rica—. Pos si venimos a verte.

Aurelia avanza hacia ellos. El Flash la alcanza, pasa su brazo sobre sus hombros y recarga su cabeza en la suya. Ella habla.

—Jorge, ¿qué haces hoy?

“Matarme”, piensa.

—Nada. ¿Qué? ¿Hay plan? —contesta.

—Nos vamos de pinta —dice Eleonora.

Todos chiflan.

—Uta, avisen. Así cómo —dice Jorge.

No puede con la sonrisa que tiene en la cara.

—Está medio apurado, pero pues… es como una emergencia —dice el Figuras.

Todos se callan. Jorge no entiende.

—Me detectaron cáncer de páncreas a principio de año —continúa Aurelia—. Ya hizo metástasis y ahora está por los pulmones, el cerebro. Me dijeron que si vivo tres meses es mucho.

—No mames, lo siento un chingo —dice Jorge y se acerca a Aurelia, quien ya tiene los ojos llorosos. Ella sigue hablando.

—Pero ya, sin dramas —se limpia el rímel corrido y sonríe—. El pedo está así. Me siento más sola que nunca y no quiero pasar estos tres meses tan jodida. Así que conseguí una Gremlin y me vine por ustedes. Y sí, está medio cursi, pero me gustaría que nos fuéramos de “pinta” otra vez. Por los buenos tiempos. De suerte los contacté a todos durante el mes, se apuntaron y me los traje. Tú, Jorge, eras al único que no habíamos localizado, pero, mira, acá andamos juntos. Por fin. ¿Te apuntas?

Todos lo miran. Sería imposible decir que no.

—Va —contesta—. Solo déjenme le aviso a mi mamá que voy a salir para que no se preocupe. Mi esposa y las niñas andan en Querétaro.

Eso último no es mentira. Lo que no les dijo es que se fueron allá para no tener que verlo.

Jorge entra a la casa y no despierta a su mamá. Desanuda rápidamente la cuerda, la guarda en la zotehuela, pone el banco en su lugar y deja una nota: “Salí con unos amigos. Regreso en la tarde”. Toma su celular de la mesa de centro y ve que no tiene pila. Termina de escribir la nota: “Dejo mi cel”. Jorge se pone una sudadera y sale.

El acuerdo es que no le pregunten a Aurelia por el cáncer. Ya después, en la semana, los invitará a su departamento y les platicará lo que quieran saber. En este momento, lo importante es el viaje. Desde el asiento del copiloto, Rica reparte vasos llenos de Presidente y cocacola (“Lo mismo que aquella vez, pandilla”). Eleonora se encarga de repartir cigarros (“Delicados para todos, pero Marlboro para el Flash, por pipirisnais”) y, como aquella vez, Aurelia de la música: un casete de Size.

Mientras Jorge fuma por primera vez en quién sabe cuánto, piensa en este momento. Parece que todos van en el mismo lugar que hace cuarenta años: Aurelia al volante, Rica de copiloto, y Eleonora y él sobre las piernas de Maritza, el Flash y el Figuras. Toman la salida a Toluca y, a eso de las nueve, ya están en la carretera rumbo a la Marquesa.

En aquella tarde, unos cuantos días antes de que salieran de la prepa, hicieron ese mismo viaje y bajaron en el mismo lugar: Cuatrimotos Tena. El día de hoy, la pista está igual que en sus recuerdos, con el pasto amarillo y llena de lodo. Todos desayunan tacos de chorizo verde y cecina, como en la primera escapada. Excepto Rica, que comió dos tlacoyos de haba (hoy pide cuatro) porque ya desde entonces se le había metido a la cabeza la idea de ser vegetariano.

Durante la universidad (de algunos, porque ni Maritza ni Aurelia ni el Figuras fueron), se vieron algunas veces. Los nuevos amigos los alejaron poco a poco, hasta que simplemente dejaron de frecuentarse. Después, los hijos, los trabajos y las deudas.

Ya en la pista, todos rentan su cuatrimoto y empiezan a dar vueltas. Se salpican de lodo y se manchan los zapatos de pasto. Jorge comió de más y prefiere esperar unos quince minutos porque su colitis no es cosa de juego.

A lado de Cuatrimotos Tena, había una pequeña laguna. “Hoy debe estar seca o bastante contaminada”, piensa Jorge. Cuando su intestino lo deja levantarse, va a buscar la laguna por pura nostalgia. Solo tiene que bordear un par de cabañas vacías y ahí está: idéntica, con patos, un pequeño muelle y dos canoas. Una mujer le dice que se puede meter a nadar y que vende trajes de baño baratos (justo como aquella vez, como aquella otra señora que también vendía trajes de baño). Jorge se alegra de que hayan conservado tan bien este lugar, limpio, detenido (parece) en el tiempo.

Regresa con sus amigos y espera a que terminen sus vueltas en cuatrimoto. Les cuenta de la señora de los trajes de baño y de que la laguna sigue ahí. Todos se emocionan por la coincidencia, sobre todo Aurelia. Pueden, entonces, meterse a nadar como lo hicieron aquella vez.

Mucho antes de aquel viernes antes de salir de la prepa, ya sabían que Pichi era gay. Eso fue lo que de alguna manera los hizo amigos. A Maritza la molestaban porque su mamá limpiaba casas; el Flash era demasiado flaco y le faltaba muchos dientes; Jorge era tartamudo; el Figuras tenía vitiligo en la cara; Eleonora abortó a los trece en el baño de la escuela; Martín Rica era obeso.

Pichi era “la loca” de la prepa. Un día del segundo año, se hartó de que en educación física le hicieran calzón chino y lo nalguearan. De un gancho izquierdo, le rompió la nariz al capitán del equipo de básquetbol. Se le fueron encima dos postes. Le rompieron también la nariz. Después de que lo dejaron de patear, Jorge se acercó con un poco de papel de baño. Como ya era hora de la salida, Pichi le pidió que lo acompañara a una clínica. Ahí en la puerta estaban Maritza y Eleonora fumando. El Flash esperaba el camión media cuadra más adelante; y Rica y el Figuras tenían que ir también a la clínica ese día. Todos se conocían de oídas, todos eran los desclasados de la prepa.

Como si la nariz rota de Pichi hubiera roto el hielo, empezaron a hablarse de uno a uno y, para cuando se dieron cuenta, ya eran una bola rumbo a la clínica. A Jorge le daba pena hablar por el tartamudeo, pero reía de buena gana.

Para Pichi, irse de pinta aquel viernes antes de salir de la prepa era fundamental, algo que había planeado durante meses. Como ahora, comieron, nadaron y, ya bien entrada la tarde, en una fogata que improvisaron con basura, les confesó que no solo esta era su despedida de la prepa, sino de sí mismo; o una bienvenida, más bien. Nadie entendió. Pichi les dijo que lo esperaran tantito y fue al coche. Veinte minutos después, bajó con medias, tacones bajos, una falda oscura y pegada, y una blusa con hombreras y un ligero escote. En la cabeza, antes casi a rape, tenía una peluca castaña, con un copete muy alzado. Se delineó los ojos, se pintó los labios de azul metálico y se puso rubor.

Maritza entendió al instante. Lloraron mientras se abrazaban. Poco a poco, se levantaron todos y se unieron a ellas. Ahí fue cuando les dijo que, en realidad, nunca había sido él, que Pichi era un como disfraz. Había decidido su verdadero nombre hace tiempo: Aurelia.

El Flash preguntó tímidamente si se iba a poner senos o “Si te vas a… ya sabes, cortártelo”. Aurelia se rio y le dijo que el pene definitivamente se quedaba: era muy práctico; los senos, pues quién sabe, porque no eran baratos. Eleonora propuso que hicieran una coperacha para que se pudiera pagar la operación en unos años. Entre todos juntaron $120,000 viejos pesos esa tarde. Aurelia los guardó en la bolsa de cuero que traía y se volvieron a abrazar. Rica propuso unos fondos de tequila para celebrar una amiga más en el grupo.

Jorge sonríe al acordarse de todo eso y, como aquella vez, sube a una pequeña loma a lado de la laguna. Desde ahí los ve nadar: Rica ya no es tan gordo, el Flash se puso unos implantes dentales, Aurelia les contó que estaba en terapia hormonal, Maritza hizo una carrera técnica en secretaria bilingüe, Eleonora adoptó dos niñas, el Figuras parece albino por el vitiligo y Jorge no tartamudea desde los veinte.

También, como aquella vez, Aurelia sale de nadar y sube la loma para hablar con él.

—¿Cómo estás? —le pregunta ella.

—Bien feliz de volver a verlos.

—Igual yo. Tenía un chingo de rato. Oye, ¿cómo te sientes? ¿Andas tranquilo?

—Digo, no todo ha estado perfecto, pero en general bien.

—Es que quiero que estés tranquilo.

Jorge se extraña de que Aurelia insista.

—Que sí. ¿Por?

—Es que… A ver, Jorge, ¿qué tal el día? ¿No se te ha hecho raro?

—No. Bueno, sí. Como que todo está pasando muy parecido. Pero es normal. El chiste de venir otra vez para acá es que todo fuera muy parecido, ¿no?

—Pues sí. ¿Pero no se te hace raro que estas pinches cuatrimotos lleven abiertas desde hace veinte años o más? ¿Que se llamen igual? ¿Que el lago siga aquí? ¿Que hayamos comido lo mismo? ¿Que haya encontrado a toda la bola? ¿No crees que es mucha coincidencia que justo llegue yo unos segundos antes de que…? Pues de que hicieras eso.

Jorge se pone tan nervioso como cuando tenía dieciséis. Se levanta. Décadas de terapia y el tartamudeo regresa.

—Qu-qu-qué pedo. A qu-qu-é te ref…

—Escúchame tantito —le habla tranquila y lo toma por los hombros. Siente que Jorge tiembla—. Todavía estás en la sala de tu mamá. Acabas de saltar del banco y te estás quedando sin aire. Tu cuerpo actúa por instinto y estás intentando quitarte la cuerda, pero el nudo ya apretó bastante. Te estás rasguñando el cuello. Tu lengua está tapando tu tráquea. Te estás muriendo, Jorge.

En ese momento, Jorge vuelve a ver los muebles viejos de su mamá, la vitrina con figuras imitación Lladró, las fotografías de la boda de su hermana y la alfombra color salmón. Todo está como lo dejó, como lo conoce, solo que lo ve desde un ángulo distinto, unos cincuenta centímetros más arriba de lo normal. Intenta mirar hacia otro lado, pero su cuello está trabado. Apenas si puede ver hacia abajo; sus pies cuelgan, sin moverse, en el aire. Le duele la cabeza; como si tuviera migraña, su vista se nubla. Siente que sus brazos se acalambran. Boquea por un poco de aire. Trata de desanudar la cuerda, pero es una cadena que lo une para siempre con la viga.

Jorge deja de sentir cualquier cosa. Solo ve negro durante unos segundos. Regresa al lago. Puede respirar otra vez. Cae de rodillas y empieza a sudar. Aurelia lo abraza y le habla al oído.

—Sé que da mucho miedo. Pero no te está tocando tan culero. A Maritza le cortaron el cuello con una Gillete y a Rica lo mató un metrobús. Eleonora agonizó durante días.

La respiración de Jorge regresa a la normalidad y levanta la cara.

—¿T-t-tú?

—Con lo del cáncer, estuve como dos semanas en terapia intensiva. Un día, me dieron de alta. Salí de hospital y ahí estaba la Gremlin enfrentito del hospital. En la bolsa traía las llaves, me subí y traté de regresar a mi casa, pero llegué acá, al lago. Estuve un rato sola. Luego volvió a aparecer la Gremlin y, como en piloto automático, manejé a la casa del Flash, meses después a la del Rica, y así por todos. Tú eres el último.

Las sienes de Jorge palpitan. Se le entumen los dedos de las manos. Le dan náuseas, pero deja de temblar. Aurelia se da cuenta y deja de abrazarlo.

—Creo que ya se te está pasando. Ya casi sales. Vente para el lago, ¿cómo ves? Ahorita que toques el agua vas a ver que vas a estar bien tranquilo.

Ella camina loma abajo. Jorge ve cómo, con cada paso, Aurelia se va volviendo más joven, los senos desaparecen, el pelo castaño se hace más corto, y se le quitan las bolsas en los ojos. Se hace unos centímetros más baja y se le borran las cicatrices de las piernas. Jorge se levanta tras ella. Los demás les chiflan y les dicen que se apuren porque hacen falta para el waterpolo. Él se siente más ligero; el cuello ya no le arde. Comienzan a correr para echarse un clavado.

Al mismo tiempo que, en la sala de su mamá, su cerebro se apaga para siempre, el agua se le mete por la nariz y, sumergido, Jorge abre los ojos.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Scroll al inicio